Las Leónidas, una lluvia sorprendente.

2013

 

Miguel Gilarte Fernández

Previsión 2013 y características:

El máximoo de la actividad está previsto para la noche del 17 al 18 de noviembre sobre las 15 horas. Se espera un número similar a 100 meteoros por hora esa noche. No obstante el 17 de noviembre coincide exactamente con la Luna llena, por lo que la visión del máximo será imposible.

No obstante la lluvia dura entre el 6 y el 30 del mismo mes, con mayor intensidad del 10 al 21 y durante estos días se podrán observar unos 20 meteoros por hora, por lo que es conveniente observarla en su inicio y en su final, evitando así la luz de la Luna. En cualquier caso, este tipo de lluvia de meteoros o de estrellas fugaces, siempre es sorpresiva y puede durar más tiempo del esperado.

Los meteoros suelen ser de color rojo, aunque las estelas que dejan en el firmamento y que pueden perdurar durante segundos o más de un minuto, pueden ser de color verde. Viajan a 71 km/s. 

El radiante, o el lugar de dónde parecen partir las estrellas fugaces, se localiza en la constelación de Leo. Esta constelación comienza a salir sobre el horizonte sobre la 1 de la madrugada a primeros de noviembre y sobre las 23 h a finales de mes. El planeta Marte, una estrella brillante de color rojo, permanecerá bajo esta constelación por lo menos hasta mediados del mes de noviembre.

Las Leónidas

La lluvia de las estrellas meteoros (o lluvias de estrellas fugaces), que denominamos Leónidas, ha venido siendo en ocasiones y desde hace cientos de años, un fenómeno de tal magnitud, que el público en general y los estudiosos de los fenómenos celestes, han quedado impresionados y desconcertados durante algunos años en los que fue un verdadero espectáculo, que en ciertos momentos, fue comparado con fuegos artificiales.

Las lluvias de estrellas fugaces, de las que se conocen más de 140 al cabo del año, son en realidad, pequeños fragmentos (rocas y hielo) que entran en nuestra atmósfera de cuerpos estelares procedentes en su mayoría de los denominados cometas.

Los cometas, que son rocas envueltas en hielo, de muy diversas medidas, que van desde pocos cientos de metros de diámetro hasta varias decenas de kilómetros, en sus aproximaciones al Sol, e incluso cuando rebasan la órbita de Júpiter y se dirigen hacia el Sistema Solar interior pasando por Marte, la Tierra, Venus y Mercurio, se desprenden de pequeños trozos de hielo y pequeñas rocas de su superficie, debido al calor que empiezan a recibir del Sol, provocando una enorme cola de gas u polvo de millones de km de longitud. El hielo de su superficie se sublima y esto provoca reacciones y transformaciones en el cometa, en ocasiones incluso llegan los cometas a fragmentarse por completo y desaparecer con el tiempo.

Todas estas partículas, en su mayoría, diminutas, quedan flotando en el espacio coincidiendo con la órbita del cometa, y son de muy diversos tamaños, es decir, se va ensuciando de esta materia “la carretera” (órbita) por la que pasa el cometa. Si la Tierra en su órbita alrededor del Sol, atraviesa esa “carretera”, comienza el espectáculo.

Decenas, cientos o miles de pequeños objetos no mayores de un grano de arroz, chocan con nuestra atmósfera, algunos a velocidades de hasta 71 km/s, a tal velocidad, tanto los pequeños trozos de hielo y rocas y debido a la fricción con nuestra atmósfera, se desintegran en su mayoría, dejando ver en ocasiones y dependiendo del tamaño del objeto, una luz brillante que corre por el cielo y hay momentos en los que son tan espectaculares, que podemos oír un silbido, incluso el destello puede ser tan poderoso, que en un instante se ilumine el suelo, o prácticamente se haga, por un sólo instante, de día. Este último caso no es corriente, pero ocurre, como ocurrió el pasado 18 de noviembre de 2009 en Utah, el meteoro que iluminó la ciudad de Madrid en 2012 o el meteoro de 500 kg de peso que cayó el pasado febrero en los Urales provocando daños a la población y a las casas.

 

Una estrella fugaz, desde el Observatorio de Almadén de la Plata.

Foto: Miguel Gilarte.

 

Las tormentas meteóricas

Lo curioso de la Leónidas, es que los restos que deja el cometa Tempel-Tuttle 1866 I y que atraviesa la Tierra el 17 de noviembre, no están distribuidos en la órbita de forma uniforme, si así fuera, todos los años podríamos contar más o menos con el mismo número de estrellas fugaces por hora, pero esto es lo mejor. Hay años en los que la Tierra atraviesa los restos de este cometa y se encuentra con las partículas mayores y si encima, el número es más abundante, nos encontramos con una verdadera “lluvia de fuegos artificiales”, que llamamos tormentas meteóricas, por ello, los estudiosos del cielo no dejan de mirar al cielo el 17 de noviembre de cada año.

La sorpresa puede ser mayúscula. Para entender estas tormentas de meteoros, tenemos que imaginar un collar con algunas perlas. El hilo del collar sería la órbita del cometa y las partículas que deja tras de sí, pero sin ser muy abundantes, la Tierra atraviesa esas partículas todos los años sobre el 17 de noviembre. Las escasas perlas serían los espacios más nutridos de partículas, en las que el cometa ha sufrido “convulsiones” debido a su aproximación al Sol y ha expulsado al espacio una mayor masa del mismo. Es ahí, cuando la Tierra atraviesa esas “perlas”, cuando se producen las tormentas meteóricas cada 33 años aproximadamente y esto es lo más típico de las Leónidas.

Las mayores tormentas meteóricas

Y ya contamos desde el lejano pasado con sorprendentes declaraciones de aquellos que tuvieron la oportunidad de verlo. ¿Han imaginado ver estrellas fugaces del tamaño y brillo de la Luna llena (denominadas bolas de fuego)? Pues es esto lo que cuentan miles de testigos, que habitaban la parte más septentrional del hemisferio norte, en una noche de noviembre de 1799. Imagínense el pensamiento que podrían tener aquellos habitantes de tierras tan extrañas como Groenlandia, pensarían tal vez en un castigo divino o en el propio fin del mundo. Gracias ahora a la ciencia y al conocimiento que tenemos sobre el Universo, podemos decir, que es un hecho natural. Aquellos lejanos observadores, contemplaron más de 1.000 estrellas fugaces por hora y además caían de forma incansable durante más de 4 horas.

Estas escalofriantes lluvias de estrellas fugaces, se repiten, según los testigos y las crónicas que nos han dejado cada 33 años. Así pues, cada 33 años pasamos por el lugar más denso de detritos que ha ido dejando en su órbita el cometa Tempel-Tuttle, aunque no siempre ocurre así y las sorpresas pueden llegar antes de este período.

Así que tras el año 1799, habría que esperar hasta el 1833, en esta ocasión, los afortunados de otra deslumbrante visión, fueron los ciudadanos de América, principalmente aquellos que habitaban en la costa oeste. 1833 es una fecha relativamente próxima en el tiempo. Aquellos miles de observadores, quedaron atónitos ante otro prodigio del firmamento. Las Leónidas, ya no se contaban como un millar, tal como ocurrió hacía 33 años, sino se contabilizaban por cientos de miles, más de un cuarto de millón de estrellas fugaces caían desde el cielo.

Aquél evento no fue comparado con cohetes artificiales, ganó en magnitud y en grandiosidad y se habló de que se trataba de una nevada. Algunos testigos que no conocían el evento, salieron de sus casas a las 3 de la madrugada asustados por la poderosa luz que se veía tras sus ventanas, narraban que la claridad que les llegaba del exterior era como si tratara de la luz del Sol. Cuando salieron de sus hogares y miraron hacia arriba, pudieron ver lo que muchos describían como el fin del mundo “las estrellas se caían del cielo en enorme número y brillo”. Los gritos de algunos vecinos alertaron a otros y sin saber que la lluvia iba a acontecer, fue una de las lluvias más vistas de la historia. Hay cientos de testimonios que justifican la aparición de estrellas fugaces tan grandes como la Luna llena, pero aquellas luces que la mayoría de las personas desconocían su procedencia y su naturaleza, se siguieron viendo durante gran parte del día siguiente a la luz del Sol.

La lluvia de 1866 fue otro grandioso espectáculo de las Leónidas, contabilizándose más de 6.000 estrellas fugaces por hora, muchas de ellas de gran intensidad y colorido, no defraudó a nadie de los que pudieron contemplarlo, aunque fue menos intensa que las dos anteriores, estuvieron ante algo que es prácticamente inenarrable.

Los cometas varían sus órbitas por efecto de los planetas gigantes

Pero las esperadas tormentas meteóricas posteriores a 1866 y hasta 1933 no fueron para muchos lo que se esperaba. Algo había cambiado. Tengamos en cuenta, que los cometas son cuerpos menores del Sistema Solar, y con frecuencia y debido a la gravedad de los planetas dominantes como Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, son desviados de sus órbitas iniciales para conseguir otras trayectorias. Nuestro cometa pasa por las órbitas de los tres primeros planetas señalados, y el enjambre principal de los restos del cometa Tempel-Tuttle, fue desviado a más de tres millones de km de la Tierra, por lo que ahora, nuestro planeta en su movimiento alrededor del Sol, no coincidía con el enjambre principal, sino con los restos de partículas dejadas por el cometa que eran normales en número y tamaño, por eso las lluvias de 1899 y 1933, fueron también normales, aunque dentro de la normalidad, la de 1933 fue en cierta medida intensa, contándose hasta 200 meteoros por hora.

Por aquella modificación y debido a la atracción gravitatoria planetaria, ya no es fácil predecir el futuro de la lluvia de las Leónidas.

De hecho, el cometa, según Leverrier, tenía en un principio una órbita parabólica, pero un sobrevuelo por las proximidades de Urano, cerró dicha órbita, en el año 126, haciendo que el cometa se paseara por las órbitas de Urano y la Tierra de forma incansable, provocando la lluvia de las Leónidas.

 

 

Órbita del cometa Tempel-Tuttle 1866 I a su paso entre

las órbitas de los planetas y su encuentro con la Tierra para provocar la lluvia

de estrellas fugaces de las Leónidas. Miguel Gilarte.

 

 

En los últimos años las tormentas meteóricas han tenido altibajos

En 1966, se volvió a rebasar todos los pronósticos y se pudieron ver, fotografiar y estudiar con detenimiento la lluvia, que alcanzó su máximo apogeo el 17 de noviembre con unos 100.000 meteoros por hora, nuevamente se pensaba que la Tierra volvía a travesar uno de los mayores enjambres de partículas dejadas por el cometa, pero debió ser un enjambre “delgado” pues la lluvia duró poco tiempo. En realidad, aquél enjambre de partículas del cometa, tenía un ancho de 35.000 km, aunque se estuvieron viendo estrellas fugaces de menor brillo y espectacularidad tiempo antes de su entrada en el mayor enjambre y tiempo después tras su salida del mismo. Lo más sobresaliente, fueron las varias decenas de bolas de fuego registradas aquella noche de 1966.

El 18 de noviembre de 1999, miles de observadores, entre astrónomos y público en general, salieron a la calle para poder ver en directo el acontecimiento, que parecía según los cálculos, con probabilidad para que se diera todo un espectáculo, ya que el cometa alcanzó su distancia más corta al Sol en febrero de 1998, por lo que acababa de “regar” el espacio recientemente con sus restos. Se alcanzó el máximo de la lluvia con miles de estrellas fugaces en sólo una hora, aunque la actividad rápidamente bajó tras el máximo, así que no fue una lluvia duradera, pero sí intensa, se hicieron miles de fotografías, se registraron cientos de estrellas fugaces.

Una de las más importantes lluvias de los últimos años fue la de 2001 con más de 1.500 meteoros por hora, que aunque no es comparable con las lluvias históricas, fue del todo apoteósica. También hay que destacar las lluvias casi consideradas de tormentas meteóricas de los años 2000 y 2002.

¿Vida en los meteoros?

Lluvias tan intensas, ya no sólo provocadas por el cometa Tempel-Tuttle, sino por miles de ellos, incluso por asteroides gigantes, son cuestión de estudio, debido a que es muy probable, que restos orgánicos sobrevivan a la entrada en la atmósfera, soportando la temperatura de fricción, incluso se estudia la posibilidad de que justo al iniciar el contacto el meteoro con la atmósfera, partes de éste se desprendan cayendo lejos del posible impacto que pudiera provocar en la Tierra aniquilando por la presión y el calor los posibles restos de materia orgánica. De hecho la NASA ha sometido oa rocas a temperaturas y presión semejantes a la que deben soportar estas rocas cuando caen a la Tierra y los microorganismos han sobrevivido.

Esas lascas que se desprenden conteniendo partículas orgánicas, pudieron ser los predecesores de la evolución de la vida en la Tierra, es la llamada teoría de la panspermia, que dice que la vida se formó muy lejos de la Tierra y que llegó a lomos de cometas y asteroides, la Tierra sólo era un óvulo fértil y los cometas y asteroides los espermatozoides. Además el poder recoger muestras de estos meteoros (en este caso meteoritos), nos acercaría tras estudios, al origen del Sistema Solar, cometas y asteroides son los pilares básicos de los que se formaron los planetas, los materiales más antiguos de nuestro sistema planetario.

 Un meteoro o estrella fugaz, abajo y a la izquierda de la imagen, fotografiado desde el

Observatorio Astronómico de Almadén de la Plata (Sevilla). Foto Ramón Álamo.

 

El acontecimiento del año 2009 y la bola de fuego de Utah

Para el año 2009, se esperaba una lluvia de las Leónidas, moderadamente alta, en la noche del 17 al 18. Se estimó un número de 500 estrellas fugaces por hora en el mejor de los casos, y es que la Tierra debería atravesar un filamento de polvo del cometa que eyectó en el año 1466, por lo que era probable que se produjera una pequeña tormenta meteórica, es lógico pensar, que entre tantas estrellas fugaces resaltara alguna de ellas como un bólido, es decir una estrella fugaz con brillo semejante al planeta Venus, acompañado de un silbido, incluso de una explosión, dejando tras de sí una estela persistente que puede llegar a mantenerse en el cielo durante más de una hora y se hacen visibles desde cientos de km de distancia, en ocasiones tras explotar caen a la Tierra un importante número de meteoritos, todos los años entran en la atmósfera terrestre entre 50.000 y 100.000 bólidos. Pero también las predicciones apuntaban a que en este año se verían bolas de fuego y así fue…

El miércoles 18 de noviembre de 2009, una luz cegadora y en plena noche sorprende a los habitantes del estado de Utah en el suroeste de los Estados Unidos. Numerosos testigos de los más de 2,6 millones de habitantes del estado, filman con sus cámaras una impresionante luz que procedía del cielo y que durante pocos segundos hizo que la noche se convirtiera en día.

Al mismo tiempo, la impresionante luz, pudo verse desde los estados colindantes con Utah y a cientos de km, como Idaho, Wyoming, Nevada o desde la lejana y gran urbe de Los Ángeles en California.

Todo apunta a que el evento acaecido, se trataría de un resto del enjambre de las Leónidas; un meteoro, cuyas dimensiones, por el efecto de luz, estela, etc, podría llegar a medir unos 25 cm. de diámetro. Muchos podrán pensar, que es demasiado pequeño para provocar tal luminosidad, pero hay que tener en cuenta la velocidad de entrada en la atmósfera que es de unos 71 km/s. Casi todas las estrellas fugaces que vemos en el cielo son del tamaño de un grano de arena o de arroz, las que más tienen el tamaño de un garbanzo y un meteoro del tamaño de un balón de fútbol es aún más difícil.

Las investigaciones se centraron, en los posibles restos que cayeron tras la explosión del meteoro.

Imaginemos ahora, una roca de varios metros de diámetro, de cientos de metros o de kilómetros, en tal caso el acontecimiento que viniera a posteriori no se quedaría en una gran anécdota como la de Utah. Pese a todo las lluvias de estrellas fugaces como las Leónidas o las Perseidas (que se observan el 12 de agosto), son un espectáculo, pero no un peligro… hasta la fecha.

 

ASOCIACIÓN ASTRONÓMICA DE ESPAÑA